La Familia Dominicana conmemoramos hoy a Santo Domingo de Guzmán
Como anunciamos anteriormente hoy 8 de agosto celebramos el Día de Santo Domingo de Guzmán, fundador de nuestra orden, antes hablamos de la Biografía, hoy nos toca describir un poco a nuestra familia.
La Familia Dominicana
La Orden de Predicadores ha nacido como familia; una familia que comparte el mismo carisma común de la predicación. Este fue el proyecto de Domingo. Esta familia dominicana, familia particular y unida en el seno de la gran familia cristiana, no ha sido creada para ella misma, sino para que esté al servicio de la Iglesia en su misión en el mundo. Las ramas de la familia dominicana son múltiples: frailes, monjas, congregaciones de hermanas, seglares en fraternidades, grupos de jóvenes, institutos seculares y sacerdotes seculares en fraternidad. «Cada una tiene su carácter propio, su autonomía. Sin embargo todas participan del carisma de Santo Domingo, comparten entre ellas una vocación única de ser predicadores en la Iglesia» (Capítulo de México, 1992). Más allá de la amistad y de la unión íntima entre las ramas diversas, se desarrolla la toma de conciencia de una complementariedad, de una responsabilidad mutua para trabajar juntos en el anuncio del Evangelio al mundo. Un auténtico espíritu de colaboración, entre hombres y mujeres, clérigos y seglares, contemplativos y activos, comienza a desarrollarse en toda la Orden. «Ahora es el tiempo favorable para que la familia dominicana llegue a una verdadera igualdad y complementariedad »(Capítulo de Quezon City, 1977).
Vivir la vida de predicador hoy
Nuestro celo se funda en la pasión por abrir a la humanidad caminos de vida, de verdad y libertad por la palabra. Desde los orígenes, el carisma de la Orden de Predicadores consiste en “la salvación de las almas”, mediante la predicación. El amor por la predicación es la señal distintiva de todas las ramas de nuestra Orden.
Nosotros descubrimos hoy más la importancia de su dimensión de familia en la que mujeres y hombres, laicos y clérigos pueden estar unidos para colaborar en la misión evangélica, perteneciendo a comunidades o fraternidades, respetuosos con las diferencias, pero unidos por la fe. Nuestros esfuerzos para crecer como familia son en sí mismos aspectos de nuestra predicación. Esta tarea común de la predicación es la oferta de la experiencia de un Cristo vivo, a quien se le puede encontrar y a quien se le puede hablar. Esta tarea nos impone la obligación de escuchar la voz, los ojos y el corazón de quienes se dirigieron al apóstol Felipe rogándole: «queremos ver a Jesús» (Jn 12,21), y que son hoy los gritos de un gran número en el mundo.
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